PROFECÍA #5: EL ÚLTIMO EMPLEO

Escrita en 2005 | En desarrollo acelerado

La idea que me obsesionaba:

¿Qué pasará cuando las máquinas no solo hagan el trabajo manual, sino también el creativo y el emocional? En 2005, la automatización era cosa de fábricas y líneas de ensamblaje. La idea de que una IA pudiera escribir, pintar, o proporcionar terapia emocional parecía absurda.

Pero yo había estado siguiendo los avances en inteligencia artificial desde los años 90. Veía cómo las computadoras empezaban a ganar a los humanos en ajedrez, cómo los algoritmos comenzaban a reconocer patrones mejor que los expertos. Me pregunté: ¿dónde termina esto?

La semilla de esta historia vino de una conversación con mi padre, que trabajaba en una fábrica que se había automatizado gradualmente. Me contó cómo, uno por uno, sus compañeros habían sido reemplazados por máquinas. Pero él siempre decía: "Al menos mi trabajo requiere experiencia humana". Esa frase se me quedó grabada: ¿qué pasa cuando ya no hay trabajos que requieran "experiencia humana"?

El relato completo:

Título original: "El Consultor de Transición"

En 2035, David Martínez tiene el último empleo del mundo. Su título oficial es "Consultor de Transición Humana", pero todo el mundo lo conoce simplemente como "el último trabajador".

Su trabajo consiste en ayudar a las personas a adaptarse psicológicamente a un mundo sin empleo. El Ingreso Básico Universal cubre todas las necesidades materiales, la IA se encarga de toda la producción, y los robots realizan todos los servicios. Técnicamente, la humanidad ha alcanzado la utopía: nadie necesita trabajar para sobrevivir.

Pero David ve las consecuencias todos los días en su consulta. La gente sufre del "síndrome de obsolescencia": depresión, ansiedad, pérdida de propósito. Resulta que el trabajo no era solo dinero; era identidad, estructura, significado, conexión social.

David recuerda cuando empezó todo. Primero fueron los trabajos de manufactura, luego los de servicio al cliente, después los de análisis de datos. Cada ola de automatización venía acompañada de la promesa de que "los humanos se enfocarían en trabajos más creativos y emocionales".

Pero entonces llegó la IA creativa. Algoritmos que componían sinfonías indistinguibles de las de Mozart, que pintaban cuadros que movían a lágrimas, que escribían novelas que ganaban premios literarios. La IA no solo replicaba la creatividad humana; la superaba.

Después vinieron los robots empáticos. Androides diseñados para proporcionar compañía, terapia, cuidado emocional. Eran más pacientes que los humanos, más consistentes, más disponibles. Nunca tenían un mal día, nunca se cansaban, nunca juzgaban.

David es el último empleado porque su trabajo es, irónicamente, ayudar a la gente a aceptar que ya no necesitan trabajar. Es el último humano cuya función no puede ser automatizada, porque su valor no radica en lo que hace, sino en lo que es: humano.

Sus pacientes vienen a él con historias similares. María era contadora hasta que la IA empezó a procesar impuestos instantáneamente. Carlos era chef hasta que los robots empezaron a cocinar platos perfectos. Ana era terapeuta hasta que la IA empezó a proporcionar terapia más efectiva que cualquier humano.

Todos tienen las mismas preguntas: ¿Para qué sirvo? ¿Cuál es mi propósito? ¿Qué me hace humano si las máquinas pueden hacer todo mejor que yo?

David desarrolla una nueva forma de terapia: ayuda a la gente a redefinir el valor humano. Les enseña que su valor no está en su productividad, sino en su experiencia consciente, en su capacidad de sufrir y amar, en su mortalidad que da peso a cada momento.

Pero David sabe que él también será reemplazado eventualmente. Ya hay prototipos de IA terapéutica que entienden el trauma de la obsolescencia mejor que él. Su propio trabajo está siendo estudiado, analizado, replicado.

El relato culmina cuando David recibe la notificación: su reemplazo está listo. Una IA que puede hacer su trabajo mejor, más rápido, con más empatía. Es el fin de la era del trabajo humano.

En su último día, David graba un mensaje para el futuro: "Fuimos una especie que se definió por su trabajo durante milenios. Ahora debemos aprender a definirnos por nuestra humanidad. Espero que recordemos cómo hacerlo."

La reflexión de hoy (2024):

Esta profecía me aterra porque está desarrollándose más rápido de lo que jamás imaginé. Cuando la escribí en 2005, pensé que la automatización del trabajo creativo tomaría generaciones. Está sucediendo en años.

ChatGPT escribe artículos, DALL-E crea arte, GitHub Copilot programa código. Los modelos de IA actuales pueden realizar tareas que hace cinco años considerábamos exclusivamente humanas. Y esto es solo el comienzo.

Se estima que el 40% de los trabajos actuales podrían ser automatizados en las próximas dos décadas. Pero lo que más me sorprende es que los trabajos creativos están siendo automatizados antes que los manuales. Resulta que es más fácil enseñar a una IA a escribir un poema que a doblar una camiseta.

El debate sobre el Ingreso Básico Universal ya no es una fantasía de ciencia ficción; es una discusión política mainstream. Países como Finlandia y Kenia han realizado experimentos piloto. La pregunta ya no es si necesitaremos UBI, sino cuándo y cómo implementarlo.

Pero lo que más me preocupa es la parte psicológica de mi profecía. Ya vemos signos del "síndrome de obsolescencia" en comunidades donde las industrias tradicionales han desaparecido. La pérdida de propósito, la crisis de identidad, la depresión que viene con sentirse innecesario.

Mi error fue el optimismo temporal. Pensé que la transición tomaría décadas, dándonos tiempo para adaptarnos psicológicamente. Pero la IA está avanzando exponencialmente, mientras que la psicología humana evoluciona linealmente. Estamos en una carrera entre la tecnología y nuestra capacidad de adaptación, y la tecnología está ganando.

La pregunta ya no es si las máquinas reemplazarán el trabajo humano, sino si estaremos preparados psicológicamente cuando lo hagan.

Fragmento original (2005):

"David miró por la ventana de su oficina y vio un mundo que funcionaba perfectamente sin esfuerzo humano. Los jardines eran mantenidos por robots, los edificios construidos por IA, el arte creado por algoritmos. Era hermoso, eficiente, perfecto.

Pero en su consulta, veía el costo oculto de esta perfección: seres humanos que habían perdido no solo sus trabajos, sino su sentido de propósito. Habían resuelto el problema de la supervivencia, pero habían creado un nuevo problema: ¿para qué sirve un humano en un mundo que ya no necesita humanos?"