PROFECÍA #3: LOS ÚLTIMOS LECTORES

Escrita en 2003 | Parcialmente cumplida

La idea que me obsesionaba:

¿Podrían los libros físicos desaparecer por completo? En 2003, con el auge de Amazon y el cierre masivo de librerías independientes, esta pregunta me quitaba el sueño. Veía cómo las grandes cadenas aplastaban a las pequeñas librerías, y me preguntaba: ¿qué pasaría si esto fuera solo el comienzo?

La inspiración vino de una visita a mi librería favorita de la infancia. Había cerrado y en su lugar había un Starbucks. Me quedé parado frente a la ventana, viendo a la gente con sus laptops donde antes había estanterías llenas de libros. Fue como ver el futuro en tiempo real.

Pero esta historia no nació solo del miedo a la digitalización, sino de algo más profundo: la comprensión de que un libro físico es más que su contenido. Es un objeto autónomo, independiente de la electricidad, de las corporaciones, de los algoritmos de recomendación.

El relato completo:

Título original: "El Sótano de Gutenberg"

En 2040, Marta es una de las últimas bibliotecarias del mundo. Su trabajo ya no consiste en organizar libros, sino en gestionar espacios de coworking y mantener servidores digitales. La biblioteca donde trabaja se ha "modernizado": las estanterías han sido reemplazadas por mesas de trabajo, las salas de lectura son ahora salas de reuniones, y los libros... bueno, los libros están "en la nube".

Todo cambió gradualmente. Primero fueron los periódicos, luego las revistas, después los libros de texto. La gente decía que era más ecológico, más eficiente, más conveniente. Y tenían razón. Los libros digitales no ocupaban espacio, no se deterioraban, se podían buscar por palabras clave, traducir instantáneamente, actualizar en tiempo real.

Pero Marta recuerda algo que los demás han olvidado: el peso de un libro en las manos, el sonido de las páginas al pasar, el olor particular de una librería antigua. Recuerda cuando leer era un acto físico, no solo mental.

Un día, mientras limpia el sótano de la biblioteca, descubre una puerta oculta detrás de unas cajas. Al abrirla, encuentra algo extraordinario: una habitación llena de libros físicos, cuidadosamente preservados. No es solo una colección; es un santuario.

Allí conoce a los "Últimos Lectores": un grupo clandestino de personas que han salvado libros de la digitalización forzosa. No son luditas nostálgicos; son rebeldes culturales que entienden algo fundamental: un libro físico es un objeto autónomo que no puede ser editado remotamente, censurado algorítmicamente, o eliminado por una actualización de software.

Los Últimos Lectores se reúnen en secreto, no porque esté prohibido leer libros físicos, sino porque la sociedad los ve como excéntricos, como coleccionistas de objetos obsoletos. Pero ellos saben que están preservando algo más que papel y tinta: están preservando una forma de relacionarse con el conocimiento.

Marta se une al grupo y descubre que cada miembro tiene una especialidad: uno preserva libros de ciencia, otra de poesía, otro de historia. Juntos, mantienen viva una biblioteca física en un mundo digital.

El relato culmina cuando el gobierno anuncia la "Gran Digitalización": todos los libros físicos restantes serán escaneados y reciclados. Los Últimos Lectores deben decidir: ¿salir de las sombras y defender públicamente los libros físicos, o permanecer ocultos y preservar lo que puedan?

Marta toma la decisión: organiza una "lectura pública" en el parque central. Docenas de Últimos Lectores aparecen con libros físicos y leen en voz alta. No es una protesta; es una demostración. Muestran que leer un libro físico es diferente, que la experiencia no es replicable digitalmente.

El relato termina con una imagen poderosa: niños que nunca habían visto un libro físico, tocando las páginas con asombro, como si fueran artefactos de una civilización perdida.

La reflexión de hoy (2024):

Esta es la profecía que más me ha sorprendido por su evolución inesperada. Cuando la escribí en 2003, estaba convencido de que los libros físicos desaparecerían. Lo que no anticipé fue el resurgimiento de los libros físicos, especialmente entre los jóvenes.

La Generación Z, que creció con pantallas, está redescubriendo los libros físicos. Las ventas de libros impresos han aumentado mientras que las de e-books se han estancado. Las librerías independientes están experimentando un renacimiento. Es como si la sociedad hubiera probado el futuro digital y decidido que prefería el pasado analógico.

Pero mi profecía no estaba completamente equivocada. Las bibliotecas sí se están "modernizando" a costa de sus colecciones físicas. Muchas han eliminado libros para hacer espacio para computadoras, salas de reuniones, y espacios de coworking. La pandemia aceleró esta tendencia: las bibliotecas digitales se volvieron esenciales cuando las físicas cerraron.

Los "Últimos Lectores" de mi relato ya existen, pero son más jóvenes de lo que imaginé. Son los booktokers, los bibliófilos de Instagram, los que hacen aesthetic videos organizando sus estanterías. Han convertido la lectura física en un acto de resistencia cultural, aunque quizás no se den cuenta.

Lo que sí se está cumpliendo es la parte más sutil de mi profecía: la comprensión de que un libro físico es un objeto autónomo. En una era donde el contenido digital puede ser editado, censurado, o eliminado remotamente, un libro físico representa permanencia, independencia, resistencia.

Fragmento original (2003):

"Marta sostuvo el libro en sus manos y sintió su peso. No solo el peso físico del papel y la tinta, sino el peso de la permanencia. Este objeto existía independientemente de servidores, de electricidad, de corporaciones. Era autónomo. Era libre.

En un mundo donde todo el conocimiento dependía de la conectividad, un libro físico era un acto de rebeldía. Era conocimiento que no podía ser editado remotamente, censurado algorítmicamente, o eliminado por una actualización de software. Era, en el sentido más literal, poder en sus manos."