El gran silencio.
Después del enésimo rechazo editorial guardé mis manuscritos en una caja de cartón y me centré en la vida real. Trabajé en oficinas, pagué hipotecas, crié a mi hija, fui un ciudadano responsable. A veces me despertaba por las noches con nuevas ideas para un relato, que inmediatamente descartaba porque ya había demostrado que no tenía talento.
Durante esos 19 años el mundo cambió. Al principio, lentamente; luego con una
velocidad que me dejó sin aliento. Las librerías independientes empezaron a cerrar. La gente comenzó a leer en dispositivos electrónicos. Las redes sociales se convirtieron en el nuevo ágora, pero también en el nuevo coliseo. Los algoritmos empezaron a decidir qué contenido veíamos, qué música escuchábamos, incluso con quién nos relacionábamos.
Asistí a todo esto con una mezcla de horror y reconocimiento: era como ver mis viejos relatos cobrando vida, página a página, predicción a predicción.